domingo, 12 de septiembre de 2010

El tema del amor en la poesía de Roberto Sosa

“Poesía social” es –quizá una de las etiquetas más socorridas que se ha colocado sobre la obra del poeta Roberto Sosa. Dentro de lo inexacto de tal designación (¿Qué poesía no es social?), pero aceptando los contenidos que con ella se implican la misma es solo parcialmente correcta ya que el poeta hondureño también ha explotado, con la fuerza expresiva que lo caracteriza, la veta intimista, la de la relación hombre-mujer. Caligramas (1959, conocido solo fragmentariamente), Muros (1966), Otro mar interior (1967) y Máscara suelta (inédito y publicado de forma parcial) será nuestros puntos de referencia.

De Caligramas, con excepción del importante poema “Tegucigalpa”, el autor preferiría no acordarse. Sin embargo, ahí está el origen de algunos rasgos de su posterior lírica amorosa. El poeta acude ya a un símbolo esencial, constante en casi toda la poesía que ahora nos ocupa: la presencia del agua, elemento cuya importancia se deduce al considerar que, con suma frecuencia, Sosa lo reitera, varias veces, en el mismo poema. Comprobamos la presencia y, a la vez, la evolución del motivo del agua en los textos siguientes:

dialogando tu retorno
con las algas y el viento,
con el agua que ascendía
a tu cintura(…)

(“Adiós marino” en Caligramas)

El centro de los mares
adelgazó tu forma
hasta la melodía

………………………………………………

Tendida ahí en la hierba
desnuda como el agua
tuyo es el día que se dobla al viento
a manera de un lirio entre la lluvia,

(“Belleza perfecta” en Muros)

En Máscara suelta –el libro específicamente amoroso de Roberto Sosa- de veintitrés poemas, en doce de ellos, el agua –en sus diversas variantes-está presente.

El agua es la substancia fundamental que nos constituye. Misteriosa, terrible, cálida, dotada de poderes constructivos-destructivos, su simbolismo, por ser abarcador de la existencia, se ha introyectado profundamente en el alma de los pueblos.

En ese sentido, el agua, sería materialización de ese “sistema de virtualidades” de ese “centro de fuerza invisible” o principio potencial de carácter vital, inscrito, como trasunto de toda la experiencia colectiva de la humanidad, en la particular vivencia del poeta. Sosa, en su insistente reiteración del motivo del agua, revalida, pues, el carácter primordial de ésta y la convierte en transmutación poética del conjunto de sensaciones, sentimientos y emociones vinculadas a la mujer. Así, lo recurrente de la fusión agua-mujer podría interpretarse como una forma de evidenciar la supravaloración del elemento femenino, en tanto que el agua es vista, en muchos sistemas cosmogónicos y también por la ciencia misma, como principio de la vida.

Ella, confieso a medio arrullo,
Está hecha de fuentes luminosas y su inteligencia es dulce
Como el agua primera que dio origen al mundo.

(“Sobre el agua” en
M S)

La consideración del agua como génesis de la vida, en su asimilación poética con la mujer, comporta para ésta un status de privilegio: es dadora de la existencia. Por lo mismo, deviene protectora de ésta.

Necesito, lo sabes, las gemelas alturas de tu cuerpo,
su blancura quemada. Y ese pez
que vuela azulinante hacia el final de tus desnudeces
abriendo y cerrando los labios de tu fuerza oscurísima.

(“La estación y el pacto” en M S)

La oposición “blancura quemada” trae a colación otro detalle: el poeta Roberto Sosa, en el ensamblaje de símbolos, acude constantemente al juego bipolar: luz-oscuridad; agua-fuego;agua-luz; amor-muerte.

Esa última especificación (amor-muerte) nos conduce, a la vez a otra reflexión de fondo: el amor, en la poesía de Sosa, carece de un sentido de gozosa plenitud. Está el amor, sí. Pero rodeado de todos los lastres que vedan la llegada al arrebato de tipo místico, el no acceso a un mundo en donde –mediante la fusión amorosa- ha desaparecido todo lo que no sea el otro.

La poesía de amor de Roberto Sosa está impregnada de resabios dolorosos. La efusión amorosa (dentro del mismo poema) no lo hace olvidar “los agujeros de aquellas máscaras envejecidas por el odio” (“La fuente iluminada” en MS), ni la infancia, acorralada/por perros de sombras amaestradas con sangrientos sonidos” (“La ciudad inclinada” en MS). En igual forma, en el poema “El más antiguo nombre del fuego”, pese a afirmar que los amantes “no oyen/sino la música que sus nombres esparce”, el poeta no logra prescindir de nefastas anticipaciones.

Roberto Sosa, pese a la sedimentación dejada por esa suma de dolorosos desencuentros personales y sociales, palpados en el conjunto total de su obra, es un hombre que no se deja aniquilar por el pesimismo o la desesperanza. Siempre encuentra “un rayo de sol del mundo comprendido/ que ha de sobrevivirnos” (“La fuente iluminada” en MS).

Lo anteriormente expuesto demuestra que Roberto Sosa no es sólo el poeta de “poesía social” conocido a través de Los pobres, Un mundo para todos dividido y Secreto militar. Hay, en él, una veta que conduce a estratos anímicos muy hondos: la de su particular respuesta poética a la necesidad de superar (mediante la relación con otro ser) la sensación de aislamiento y soledad. El poeta Roberto Sosa, particularmente en los poemas de Máscara suelta, ha sorteado, en forma feliz y mediante el riguroso trabajo formal, el terreno poderosamente minado de la poesía amorosa.


Biblografía: Umaña, H. (1992) Ensayos sobre literatura hondureña.Tegucigalpa, Honduras. Editorial Guaymuras

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