domingo, 12 de septiembre de 2010

Poesía de Oscar Acosta

La labor de Oscar Acosta (1933), equiparable a la de Nelson Merren, Roberto Sosa, Antonio José Rivas y Pompeyo del Valle –pertenecientes a la llamada “Generación del cincuenta”-, es fundamental en el desarrollo de la poesía hondureña de las últimas cuatro décadas. Sus obras poéticas son: Responso al cuerpo presente de José Trinidad Reyes (1955); Poesía menor (1957); Tiempo detenido (1962); Poesía (antología personal, (1965) y Mi país (1971). En 1976 se publicó Poesía, antología en la cual se incluyen textos pertenecientes a los libros diversos, publicados y otros no.

En Poesía menor cada texto es una concreción de tal manera de concebir el quehacer poético:

Los amantes se tienden en el lecho
y suavemente van ocultando las palabras y los besos.
Están desnudos como niños desvalidos
y en sus sentidos se concentra el mundo.
No hay luz y sombra para sus ojos apagados
y la vida no tiene para ellos forma alguna.
La cabellera de la mujer puede ser una rosa,
extenuada o un río de agua astuta.
El fuego es solamente un golpe oscuro.
Los amantes están tendidos en el lecho.

(“Los amantes”, p.20)

Equiparar la cabellera de la mujer con una rosa “extenuada” o con un río de agua “astuta” revela cierto grado de ilogicismo, tan característico de las tendencias de vanguardia. Notamos, también, una adjetivación de sabor nuevo que anticipa la que, posteriormente, realizará en forma tan depurada el poeta Roberto Sosa.

Cuando todavía en el ambiente literario hondureño se vive bajo la retórica romántica o postmodernista o se explotan los aspectos sonoros de un Neruda, los versos de Acosta se revisten de una gran sobriedad y despunta (en algunos momentos) una poesía cercana a lo conversacional, tal como vemos en más de alguna de las vertientes del vanguardismo:



Tienen algo de ti los vestidos que llevas, los botones
Que protegen tu pecho de las miradas ávidas del mundo
O los zapatos que te conducen sobre la nieve y el sueño.
Algo de ti me llega al observar un color, aspirar un aroma
Que deja alguien, una mujer o una niña, al pasar
Por el viento y continuar su travesía entre las calles que conozco.

(“La presencia en las cosas”, p. 14)


Poesía “menor”, califica el poeta. Y ahí están sus poemas al caballo, a los perros, al árbol solo, a los libros, a los muros y a los parques para corroborar que al escritor le gustaba destacar (con un tratamiento muy amoroso) la suave poesía de las cosas:

A estas alturas vienen las palomas y rayos
A eternizar la fría dignidad de la piedra.
Las alondras vuelan arropándose
De pudor, los árboles contagian su alegría,
Los peces del estanque viajan muchas millas
Sin encontrar el mar que advierten en el aire,
Los niños y las mujeres van tomados de la mano,
Los hombres buscan un valle de ternura

El acercamiento a la poesía de Oscar Acosta –aunque fragmentario por razones de carácter bibliográfico- nos ha permitido entender en que medida, en el proceso poético hondureño, la labor de Oscar Acosta no puede minimizarse. La depuración de sus versos, los aspectos que pone en juego la elaboración de imágenes, el antirretoricismo, el acercamiento a cierto tono coloquial, en momentos cuando todavía esos elementos no habían madurado plenamente en la poesía hondureña, colocan a Oscar Acosta en un sitial de pionero del viraje que –apartir de la generación del cincuenta- dio nuestra poesía, empeñada en sintonizarse, cada vez con mayor madurez, con las grandes corrientes de la poesía de latinoamerica y del mundo.


Bibliogafía: Umaña, H. (1992) Ensayos sobre literatura hondureña.Tegucigalpa, Honduras. Editorial Guaymuras.

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